domingo, 17 de abril de 2016

HEMOS DEBIDO (COMO SOCIEDAD) PERDER LA CABEZA

Un Partido como el PP, inmerso en la corrupción, al que día sí, día también le aparecen nuevos casos, sin tiempo para digerir del todo el affaire anterior, sigue figurando como el más votado -si finalmente hay elecciones en junio- en todas las encuestas.

El Presidente de ese Partido (repásese el párrafo anterior) y Presidente del Gobierno, no solo asiste en apariencia impasible el ademán a ese goteo vergonzoso, sino que ante la segunda dimisión forzada de uno de sus ministros (ahora Soria, antes Ana Mato), por motivos cuando menos de dudosa honestidad, se limita a meter la cabeza en el agujero sin que haya atisbo alguno de que se plantee, cuando menos, que no es el candidato idóneo para una apuesta de presente y futuro.

La mayoría de la ciudadanía española ha perdido derechos, prestaciones, calidad de vida y libertades con el gobierno del PP y, sin embargo, más de siete millones de votantes lo han respaldado. Descontada su hinchada lógica -quienes no solo no perdieron, sino que ganaron y mucho-, queda un elevadisimo número de personas cuya opción se me antoja difícilmente explicable.

Entretanto, en la otra punta de Europa tiene lugar una de las acciones más vergonzantes para toda la gente de bien. Incluso el Papa de Roma ha criticado con dureza lo que se está haciendo allí con personas inocentes, el pisoteo de sus derechos. 

Corre un silencio cómplice ante estos actos que podrían calificarse de crimen de lesa humanidad, cuando debiera haber una ola de indignación tal que obligara a quienes gobiernan a cambiar su actitud. Echo de menos voces como la de la Presidenta Susana Díaz, dentro también de las filas del socialismo europeo, que digan con claridad que esa actitud egoísta, injusta, inhumana, debe acabar ya, que tenemos capacidad para dar una respuesta digna y debemos darla de inmediato.

Los ejemplos podrían continuar. Todos me llevan a la misma conclusión. Hemos perdido la cabeza. Y, con ella, nuestra dignidad (no nos equivoquemos, no son los refugiados quienes la pierden). Igual ahí está la clave: una vez perdida la vergüenza...


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