martes, 28 de febrero de 2017

EL LIDERAZGO DEBE UNIR, NO ENFRENTAR

Quienes quieran dar el paso de presentarse ante la militancia del Partido Socialista y afirmar su compromiso para liderar la organización, desde el compromiso ideológico, y con un programa contrato por delante, deben ser objeto de respeto y agradecimiento. Esa es la piedra angular de un proceso democrático interno que reivindicamos como herramienta para hacernos mejores en la defensa de nuestros principios y las consecuentes coyunturales estrategias. 

Desde mi punto de vista, ese respeto pasa ineludiblemente por la crítica constructiva. Es inherente al proceso señalar qué planteamientos, desde un análisis riguroso y honesto, entendemos como adecuados y cuáles no consideramos ajustados a los propósitos compartidos. Eso también debe ser aceptado y agradecido.

Hay, con todo, consideraciones previas que constituirían, desde mi punto de vista, un auténtico Rubicón para determinar la conveniencia de según qué proyectos en determinadas circunstancias. Una de ellas, tal vez para mí la más importante, es la capacidad, ya reivindicada en otras ocasiones en este mismo espacio, de unir y no enfrentar.

Observo, no sin cierta preocupación, que en este tiempo, alternativas que generan enfrentamientos desde auténticas trincheras triunfan a base de generar fugaces entusiasmos. Creo que no hace falta poner ejemplos.

En eso también tenemos que ser distintos, y mejores. La militancia del Partido Socialista sabe que para alcanzar nuestros objetivos, el empujar juntos es imprescindible. La pelea por delante es dura y difícil. Los contrarios disfrutan de sólido armamento y han demostrado falta de escrúpulos para utilizarlo. Así que haremos bien en unir fuerzas e identificar con claridad a quienes intentan impedir, de la forma descrita, que los principios socialistas triunfen. 

Por eso entiendo como básico calibrar la capacidad de cada candidatura para huir de generar frentes mediante el mensaje y los hechos. Y considero a descartar cualquier opción que se presente como la representación del todo, como la esencia pura, abriendo grietas, a cada lado de las cuales se sitúa a propios o extraños, sin entender, por tanto sin asumir, que quienes militan en el Partido Socialista comparten un mismo anhelo nuclear común y son, por tanto, compañeras y compañeros. Esos proyectos de liderazgo no me parecen adecuados, siempre desde el respeto y de forma argumentada. A partir de ahí, me tocará actuar en consecuencia.


jueves, 23 de febrero de 2017

LA IMPORTANCIA DE LA CREDIBILIDAD

En tiempos en que la desconfianza hacia la política, en general, como forma de solventar problemas y mejorar la vida colectiva, y, en particular hacia "los políticos", definidos estos como todas aquellas personas que dedican su vida a la acción pública, especialmente cuantas tienen una responsabilidad institucional en cualquier momento de sus trayectorias, adquiere aún más importancia si cabe la credibilidad de aquellas personas que aspiran a ejercer el liderazgo de cualquier organización política, no digamos si esta es el PSOE.

¿Qué hace a un líder, a una lideresa, creíble? Desde mi punto de vista, y sobre cualquier otro factor, la coherencia. Coherencia entre su discurso y su praxis, ante todo. Y no es que, entre lo comprometido en el programa electoral (sea en el ámbito que sea) y lo que se desarrolle en la práctica no vaya a  haber, ineludiblemente, diferencias, que serán siempre inevitables, sino que esos cambios, fruto generalmente de la adaptación a la  realidad en transformación, sean explicados con nitidez al conjunto de la sociedad y, en aquellos casos extremos, que supongan una modificación estructural, consultados a las ciudadanas y ciudadanos. El programa electoral es un contrato y debe ser garantizado como tal. 

Hay, además, otro aspecto que construye la credibilidad desde la coherencia. Nos referimos a la trayectoria. No puede ser creíble, por incoherente, quien defiende en cada ocasión aquello que entiende más popular, que cuenta con mayor aceptación en ese momento, con el solo fin de conseguir el respaldo coyuntural, aún cuando entre en contradicción con lo defendido con anterioridad (e, incluso, y ese es el culmen, al mismo tiempo). 

Así que, para la elección de personas que deban ocupar cargos de responsabilidad interna en el Partido, o externa, de representación en las instituciones, recomiendo siempre analizar la experiencia de las responsabilidades desempeñadas y la historia de los mensajes, de los proyectos defendidos por candidatas y candidatos. Porque si no hay credibilidad desde la coherencia, la propuesta, por atractiva que pueda parecer en el discurso, no es fiable. 


martes, 21 de febrero de 2017

IGUALDAD O JUSTICIA SOCIAL

Hoy publica el ex ministro de Educación José María Maravall un artículo en el diario El País, titulado "Populismo y representación". La tesis fundamental pasa por defender la democracia representativa frente a un teórico asamblearismo imposible, salvo para comunidades muy pequeñas y en el ámbito de sus competencias -añado yo. Poco que objetar a su planteamiento. Pero hay otra variable en el discurso que hace referencia a la crisis de la socialdemocracia y a la necesidad de "reformulaciones" y replanteamientos que, como viene siendo costumbre, son enunciados pero no definidos. Imagino que ello se debe, esencialmente, a la necesaria brevedad del artículo. Pero no deja de ser una cuestión básica. Creo que ya basta de tanto afirmar que la socialdemocracia tiene que reinventarse o cualquier otro "re" que queramos mencionar, para pasar a concretar de qué estamos hablando cuando argumentamos aquello. So pena de que adjudiquemos a los anunciantes la misma desorientación que ellos mismos adjudican al propio movimiento.

Es relevante, en esa dirección, la afirmación contenida en el texto de Maravall sobre que los partidos socialdemócratas presentes en los diferentes gobiernos europeos representan políticas muy desgastadas al estar "Guiados por la igualdad, que representa su permanente seña de identidad, y dando prioridad a su negación extrema: la pobreza y la necesidad que viven los sectores más castigados por la desigualdad, tal vez el mayor coste social de la crisis". 

Unamos esa afirmación con aquella otra que establece que "el diseño del Estado de Bienestar tiene hoy que ser reformulado: no puede pasar a ser un instrumento para financiar el consumo de los grupos de ingresos altos; se tiene que definir mejor qué se entiende por “igualdad”, cómo eliminar discriminaciones sociales, cómo erradicar la “necesidad”, cómo generar oportunidades que eviten trampas sociales de las que no es posible salirse. Es necesario clarificar prioridades. Y la distribución no puede bloquear el crecimiento del bienestar de todos".

La enunciación de necesidades ya criticada, culmina aquí con una premisa sobre la distribución y el crecimiento ciertamente ambigua. Clarifiquemos. La socialdemocracia no puede ser solo un instrumento paliativo de los efectos extremos de la desigualdad social que significa la pobreza. Eso puede entenderse como caridad o como auxilio social y recuerda peligrosamente a determinadas prácticas populistas de la extrema derecha. No. La clave está en erradicar las causas que conducen a la pobreza. Y ahí entra en juego la distinción entre luchar por la igualdad o hacerlo por la justicia social. Desde mi perspectiva, la primera podría erróneamente enfocarse hacia la compensación de la desigualdad. Es la segunda la que, con base en el derecho, nos obliga como sociedad a impedir la generación de diferencias socio económicas extremas con la fuerza que la regulación legal representa frente a modelos de libérrimo mercado, más cercano a la ley del más fuerte que a lo que se supone debe significar la suma de la experiencia contenida en la cultura humana. 


domingo, 19 de febrero de 2017

INTEGRAR ES LA CLAVE

En un proceso de elección de la Secretaría General por el conjunto de la militancia importan las personas, los proyectos, la proyección electoral previsible de esos dos factores combinados, sin embargo, por encima de todo, desde mi punto de vista, es la capacidad de integración de las propuestas lo que determina (o debiera determinar) el sentido del voto.

Con seguridad, ya lo estamos viendo, el debate puede ser intenso, incluso agrio, puede generar una peligrosa tendencia a la creación de bandos, es más, creo que hay quien hace de tal estrategia su bandera electoral. Para una organización política, la democracia interna es esencial. La característica que define esa democracia es la capacidad de aceptación de la decisión mayoritaria. Eso conlleva un ejercicio de lealtad por parte de quienes hayan defendido otras opciones, pero, sobre todo, requiere de un liderazgo en la persona electa capaz de aglutinar, desde el respeto a las diferentes sensibilidades y bajo la premisa básica del socialismo compartido que nos une.

Así que pienso que quienes aspiren a la Secretaria General si no reúnen esa capacidad integradora haría bien en apartarse, porque la ruptura en la cohesión de una organización conlleva el fracaso de cualquier proyecto (por bienintencionado que fuera). Y, por supuesto, jamás el interés personal o de grupo puede poner en riesgo ese valor del PSOE como mejor herramienta para la defensa de la justicia social que es.

No es tarea sencilla, pero eso es precisamente lo que demuestra la condición de líder, el saber enfrentarse a los retos y generar la unidad del valioso conglomerado humano que nuestra organización representa.




miércoles, 15 de febrero de 2017

CAÍNES SEMPITERNOS

Asisto con estupor absoluto a este proceso preelectoral dentro de nuestro PSOE. Varios son los factores que contribuyen a ese no dar crédito a mucho de lo que veo y oigo. Que se tenga que debatir sobre las distintas ópticas es natural, incluso deseable. ¿Pero quién discute de ópticas? No digo ya de planteamientos profundos y serios, de medidas a tomar en el corto plazo para sacar de la situación en que se encuentran miles de familias desfavorecidas. Aquí se está jugando a poner etiquetas, a hacer denuncias constantes sobre el otro, sobre la otra, a descalificar, también a despistar.

Hay quien habla de un teórico complejo de determinados sectores del Partido con respecto a la nueva izquierda emergida (al tiempo que se la califica de populista) para descalificar cualquier opción que se pueda considerar más "radical"; otros, por contra, descalifican a quienes optaron por permitir el gobierno del PP, tachándolos de derechistas, cuando no con otros adjetivos aún más esperpénticos. Nada nuevo. Podría decirse que desde el principio, distintas sensibilidades han coexistido en el Partido Socialista y ello debe entenderse lógico, convirtiéndolo, además, en un valor. Es cierto que, en ocasiones, esas divergencias se exacerbaron hasta tal punto que la relación se volvió cainita. Pareciera que el "fuego amigo" resultara ser el peor enemigo. Siempre acabaron mal esos procesos. Y debiéramos, a estas alturas, haber aprendido.

Hay dos formas de salir de este laberinto en el que estamos. La primera pasa por una victoria de parte y el consecuente ostracismo, cuando no directamente la salida de la organización, de quienes pierdan. La segunda pasa por comenzar a cambiar el lenguaje de confrontación hacia otro en el que las diferencias sean argumentadas y estructuradas en proyectos que pueden ser discutidos hasta la saciedad, pero siempre con la premisa básica de que quien debate conmigo comparte los principios socialistas básicos.

No es fácil. Nunca se juega en el tablero político solo con los intereses generales. Los hay de grupos, los hay individuales. Quienes creemos que los primeros son los únicos que deben orientar nuestra acción, estamos obligados a dar un paso al frente y ante cada descalificación, reaccionar con la razón y desde la serenidad. Somos muchos los compañeros, son muchas las compañeras quienes  reniegan de aquel Cain sempiterno que retrataba Luis Cernuda. 

No veo circular documentos serios de propuestas por parte de quienes ya han anunciado sus candidaturas a la Secretaría General, ni ningún otro, más allá de las líneas maestras preliminares que ha impulsado la Gestora y que no dejan, hoy por hoy, de ser, salvo pequeños detalles, generalidades en muchos casos obvias. Veo titulares, actos más o menos masivos a mayor gloria del interviniente de turno, y mucha descalificación, mucho insulto, en definitiva, mucha ceguera. Así que hago un llamamiento a las posiciones fundadas en el respeto, sean más radicales o, por el contrario, moderadas, a inundar las redes de otro mensaje cuya esencia sea "estas son las soluciones que proponemos a la sociedad, desde nuestra visión socialista". Si conseguimos centrar la atención sobre esas disquisiciones, habremos dado un paso fundamental hacia una mejor democracia y un más fuerte socialismo.   


sábado, 11 de febrero de 2017

SER DIFERENTES, SER MEJORES

Andan estos días de Congreso el Partido Popular y el Partido Podemos. En apariencia, dos extremos alejados en lo ideológico, lo programático, lo visual y lo fáctico. Y no seré yo quien discuta que tales diferencias, en efecto, existan. Es evidente, no son lo mismo. Aunque sí tienen cosas en común. Para empezar, ambas son formaciones políticas, es decir un conglomerado de personas que, con base en unos fundamentos compartidos, se alían para llevarlos a la práctica mediante el control de las instituciones, logrado por procedimientos democráticos (en principio). 

En cierta forma, relacionado con lo anterior, ambas son organizaciones en las que se produce un proceso interno para la consecución del poder orgánico. Esta dialéctica intramuros siempre se sustenta sobre varios factores diferenciadores. Uno de ellos son las propias personas que aspiran a la dirección.

Pero más allá de ese debate, lo realmente importante, lo decisivo, de cara a qué propuestas concretas representan, qué harían si consiguieran el poder institucional, que consecuencias previsibles tendrían la aplicación en la realidad de esas propuestas inicialmente teóricas, es la confrontación de ideas y proyectos, las argumentaciones que se produzcan sobre ellos y los consensos finales alcanzados. Siendo como digo lo importante (y eso, además, lo dicen todos. Los propios protagonistas los primeros), los focos no están ahí. La luz se proyecta sobre esa especie de pugilato, unas veces bajo modalidad de lucha oriental (apenas, en ocasiones, un baile aparentemente), otras más semejantes a un combate de sumo. En cualquier caso, pelea de gallos que ha de conducir a victorias premiadas con la relevancia pública o a derrotas sinónimo, en la mayoría de ocasiones, de ostracismo cuando no de destierro.

Creo sinceramente que todo ello es indecente. Sin caer en la ingenuidad de pensar que en cualquier colectivo humano no se produce esa disputa por los liderazgos, aborrezco de que tales enfrentamientos olviden lo esencial, por qué se pelea, para centrarse, casi exclusivamente, en los egoísmos personales que se convierten en los auténticos motores de las maquinarias de guerra. Y entiendo, y defiendo con vehemencia, que eso no tiene porqué ser así, es más, que no debe ser así.

¿Cuál es la alternativa?, me preguntarán. Fácil de describir, difícil de aplicar, la vía correcta pasa por confrontar los proyectos, su viabilidad, sus previsibles consecuencias, desde el discurso dialéctico, o sea, argumentado, de quienes los representan, para que consensuado el camino colectivo, el liderazgo sea consecuencia de una elección coherente.

Viendo lo que sucede en el PP y en el otro PP (Partido Podemos), donde la principal atracción la constituyen cuestiones tales como si Cospedal será (a esta hora ya sí) Secretaria General de la formación política de derechas (que tiene tomate la cosa), o si en Vistayanotanalegre el vencedor de la contienda será Errejón o Iglesias. No es ese el paisaje que debiéramos mimetizar los socialistas.

Seamos diferentes, seamos mejores, contrastemos, debatamos, acordemos, sin que la cuestión fundamental sea quién, sino para qué y de qué manera. Y en el camino, respetemos a todos y todas quienes puedan aspirar a dirigir, es de desear que con democrática vocación de servicio, un instrumento de la sociedad tan valioso como el Partido Socialista. Estamos a tiempo.