Se preguntaba nuestro añorado Carlos Cano para terminar afirmando: "En el Sur, mucho sol y sol y poca luz". Creo que hoy la negrura se extiende por aquellas tierras de España en las herraduras. El caballo corre, desbocado, sin rumbo, presa del mismo desconcierto de muchos, de muchas. No es una desorientación caída del cielo, es un desnorte labrado con poderosas herramientas que consiguen una afectación global. Hay quienes ven un enorme riesgo en la inteligencia artificial (no sé si será un escenario plausible aquel que dibujaba un visionario cuento de ciencia ficción. El que terminaba preguntando a una superred de ordenadores recién conectada si había dios, para recibir como respuesta un amenazador "ahora sí"), por lo pronto yo lo veo más en la inopia colectiva largo tiempo cultivada. Una inopia que deviene, según lo percibo, de la saturación. Hasta tal punto está sometido el ciudadano común al bombardeo constante de los más variados estímulos a través de las redes y los medios, que no se produce el necesario procesamiento, se mata la reflexión y el pensamiento deviene banal. Nos paramos aquí un segundo para preguntarnos quiénes tienen capacidad económica suficiente para influir, de manera generalizada, global, sobre el contenido que se difunde a través de esas redes, de esos medios. No se trata de una conspiranoia, sino de un simple dos más dos. Grandes capitales, poderosas corporaciones, la nueva clase dominante tiene hoy modos de control impensables en el pasado. Con la astucia de estar disfrazada de libérrima absoluta, la nueva ordenación del flujo comunicativo, en el que paradójicamente podemos ser actores (cada vez que alguien sube un video, un texto, un comentario, una memez...) y receptores (eso sí, de un contenido filtrado según los fines prefijados en cada caso) deviene cadena invisible y, por ello, más peligrosa. Urge retornar a la reflexión, al silencio. Urge desconectar siquiera el tiempo suficiente para madurar racionalmente lo sobre nosotros derramado. Y es difícil. Muy difícil. ¿Verdad?
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