Afirma el proverbio que los extremos se tocan, incluso se apoyan, diríamos nosotros. En una sociedad como la actual, en la que el flujo informativo es constante y está lleno de basura, de medias verdades, de bulos como catedrales, todo ello mezclado en una secuencia rápida, tan rápida que te impide pensar, reflexionar, discernir; quien más medios tiene, mayor cantidad de mensajes cuela. Y como no se trata tanto de la veracidad de lo transmitido, cuanto de la cantidad y el envoltorio (este debe ser lo más simple posible para facilitar su deglución), ocurre que acaba llegando a cada persona una cantidad tal de falacias de entre las que sobresalen y se fijan en la mayor parte de ocasiones las más grotescas. Hoy me centraré en una.
Primero una aclaración necesaria: la utilización de la violencia terrorista para la imposición de determinadas tesis en contextos democráticos es una criminal aberración. Si, como ha ocurrido desgraciadamente en este país durante muchos años, se ceba además en personas inocentes, los crímenes resultan aún más execrables. Eso ha sucedido en España. Y el gran argumento contra esa actuación asesina era que toda idea puede defenderse en el marco democrático siempre que no pretenda romperlo ni atente contra los derechos de las personas. Y este país consiguió vencer a quienes practicaban la violencia criminal. Con seguridad, no hay mayor derrota para una organización terrorista que la consolidación democrática, llevar a quienes apoyan, incluso a quienes practicaban esa violencia, a aceptar las normas de participación colectiva que ampara nuestra constitución. Esa es la gran victoria de la democracia. Y cuesta asumirlo también desde la colectividad que guarda en la memoria tantas canalladas.
Bildu es una organización sujeta a las normas democráticas que contiene la constitución de este país. Ese es un gran logro de esta sociedad nuestra. Por mucho que nos revuelva el estómago a veces, su única arma ahora es la palabra en el contexto de participación política. Y cuanto más ahonden en esa participación, por contrarias a nuestras ideas que sean las que defienden, mayor será la victoria democrática.
Pero hay a quienes no conviene esa incorporación al marco constitucional, hay quienes prefieren tener un enemigo nítido y despreciable al que señalar con un dedo mientras con los otros redactan normas, hacen políticas contrarias a los intereses de la mayoría. Y si el enemigo fue derrotado, convienen en mantenerlo. Eso es lo que está haciendo el PP. Bildu no forma parte de la coalición de gobierno, pero eso no importa: la idea a incrustar en el pensamiento de los españoles es que Sánchez, Pedro Sánchez (el presidente del gobierno español), se apoya en terroristas para gobernar. Para conseguir votos con los que seguir haciendo política a favor de la minoría pudiente, el PP no duda en intentar revivir permanentemente el cadáver de la organización terrorista. Esa sola sucia maniobra debiera bastar para que el conjunto de nuestra ciudadanía le diera la espalda a esta derecha que pone por delante de la defensa de nuestro sistema democrático constitucional, sus propios minoritarios intereses. Ojalá no consigan confundirnos.
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