El dolor por la pérdida de vidas humanas, personas inocentes que nada tienen que ver con la génesis o el desarrollo de los conflictos en cuyo nombre, supuestamente, han sido asesinadas, se acrecienta -es natural- cuando es provocada en nuestra proximidad, entre la gente y los espacios que nos son cercanos, familiares. En eso estamos estos días, en gestionar el impacto, la pérdida, el sufrimiento, la rabia inevitable y peligrosa. En reconvertir toda esa amalgama de lacerantes sentimientos en refuerzo para nuestro convencimiento democrático. Frente a la amenaza, libertad. Frente al fanatismo, racionalidad. Frente a cualquier tipo de violencia, búsqueda de la justicia social siempre.
Mi intención era escribir sobre el proceso electoral interno del PSOE, pero mi mente no está ahora en eso, está en imaginar el dolor de las familias, el sufrimiento de las personas heridas, la conmoción de toda una ciudad, de todo un país, que contempla desde la incapacidad de entender cómo otra vez ven truncada su existencia gente que podríamos ser nosotros, que somos nosotros en cierta forma.
Otro día, aplacado en parte el dolor, en el convencimiento de que la normalidad debe imponerse como peaje para el triunfo de la democracia, volveremos al proceso que nos ocupa. Hoy todavía en medio de la consternación, solo las víctimas deben ser objeto de nuestro pensamiento.
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