¿Cuáles son los verdaderos intereses de cada grupo social, si se prefiere, de cada tramo de la escala social? Mejor, ¿cuáles son los intereses imaginados por los individuos de esos grupos, de esos tramos? ¿Los homogeneiza la pertenencia o inclusión en alguno de ellos? ¿O son más complejos los mecanismos que los conforman en el imaginario o en la realidad (si es que hay discrepancia)? No son cuestiones fáciles, pero están en el origen mismo de la confección de una oferta política determinada desde una óptica socialista (más adelante concretaremos esto). Sería inútil, desde una supuesta superioridad (moral, ética, epistemológica...) del discurso, ofrecer soluciones a problemas no considerados como tales por los destinatarios, o soluciones erróneas, desde la perspectiva de aquellos, a los que si sean tenidos por retos reales. Dilucidar esto es clave para formular cualquier tipo de propuesta.
En el marco de una reflexión como esta (una sencilla entrada en un blog), solo cabe ser coherente y esquematizar, aún a riesgo, por esto último, de una cierta simplificación.
Mantengo como núcleo de mi tesis que nos encontramos ante un proceso de banalización del pensamiento colectivo con importantes repercusiones en la deriva global de la humanidad. No es un proceso espontáneo, ni inocente. Antes al contrario, muestra una gran coherencia con el nuevo marco de relaciones que estamos construyendo. Sería casi imposible desgranar en este espacio los factores que definen ese nuevo modelo. Pensemos en un par de ejemplos para entender la dimensión del cambio. Hoy una persona cualquiera, en un lugar cualquiera del planeta tiene acceso, mediante las nuevas tecnologías de la comunicación, a información (sobre todo a imágenes) relativa a casi cualquier otro lugar. De inmediato, surge la comparación, la conciencia de la diferencia, con todas las consecuencias que ello pueda tener para la consideración de su propio papel en el mundo. De otro lado, en occidente, en los países llamados desarrollados, la cantidad de información circulante (real, falsa, falseada) es tal que, en la práctica, los receptores solo perciben ruido por cuanto no pueden procesar a la velocidad adecuada la cantidad de datos recibidos. ¿Y qué ocurre cuando hay ruido? Que triunfa el más chirriante.
Ahí comienza el pensamiento banal. Ante tal cantidad de mensajes, y la velocidad con que surgen y desaparecen, la mente acaba reteniendo solo superficie (y aún así, por poco tiempo). La capacidad de análisis se reduce, las decisiones se toman sustituyendo la necesaria reflexión por la reacción emocional, mucho más rápida, más automática, más fácil de seguir.
Fijada esta premisa, dos conclusiones son inmediatas. La primera es que cualquier planteamiento estratégico a medio largo plazo (tan denostado y tan necesario) debe incluir medidas educativas (a través de todos los medios y canales) que fomenten el pensamiento crítico al tiempo que se facilita, por medio de los canales públicos, información de calidad (o sea, fidedigna y relativa a los temas relevantes, no solo a los de interés inmediato). Es un esfuerzo de titanes, dado que el pensamiento neoliberal lleva años de ventaja en este trabajo y cuenta con medios mucho más poderosos hoy por hoy. Solo lo público podría contrarrestar le erosión que se ha llevado a cabo. El principal error en que se cae, cuando se ostenta el poder gubernamental es el de intentar competir con semejantes contenidos a la oferta privada para ganar cuota de audiencia. Algo de pan para el momento, mucha, mucha hambre para el futuro.
La segunda es que, en lo inmediato, ahora, más allá del esfuerzo apuntado de largo recorrido, es necesario un modo de comunicación capaz de a través de ese pensamiento banal llegar a trasladar mensajes con un lenguaje adecuado y salvaguardando los contenidos. Tampoco es tarea sencilla, pero es claro que algunos lo están consiguiendo. En esa dirección, todo lo relativo al engarce con la juventud es esencial. Habrá quien diga que estoy hablando de demagogia, de populismo. La diferencia con ello de lo que planteo está en la sinceridad. No se trata de engañar para terminar diciendo lo que entiendo que aquellas personas a quienes me dirijo quieren oír, sino a conjugar mi mensaje con los intereses (o su imaginario) de aquellas, para acabar adaptando la forma, haciéndola atractiva y sencilla de entender. Creo, sinceramente que nos pierde en muchas ocasiones la necesidad de una prolija explicación frente a otros, a otras, que usan (y abusan) el eslogan (la mayor parte de las veces embustero) con buenos resultados.
Apunto solo dos cuestiones a tratar a partir de lo contenido en esta entrada sobre globalización de las comunicaciones. Dos efectos sobre fenómenos ya iniciados que se han visto multiplicados en buena medida gracias a aquella: el capitalismo financiero global y las migraciones.
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