Claro que sigue siendo la economía. Puede que el presidente Clinton se refieriese a aquello que interesa en unas elecciones a la presidencia de EEUU, pero no es nuestro caso. La economía determina la inmensa mayoría de los factores colectivos de una sociedad. Ha de ser, por tanto, pieza esencial en cualquier propuesta política. Máxime en momentos como este, de fuerte convulsión no exenta, por ello mismo, de una cierta desorientación, especialmente patente en lo que genéricamente denominamos izquierda.
Es evidente que en el tradicional sistema de producción/extracción de materia prima, transformación. comercio/distribución y consumo, con todas sus escalas, definido por el capitalismo, el equilibrio entre salarios y capacidad consumidora por una parte e incremento de la productividad y beneficios, por otra, ha venido construyendo esto que entendemos como democracia occidental. Con pacto tácito o expreso, los diferentes intereses han cedido (unos más que otros) para hacer posible una "paz social" en el que la percepción de una mejora constante, personal y generacional, del nivel de vida actuaba como cohesionador.
Sin embargo, debemos preguntarnos, ¿qué esta pasando?, ¿qué está resquebrajando ese status quo? Una imagen para, simplificando, plasmar una de las dos patas en que se fundamenta la nueva situación:
En efecto, las nuevas tecnologías sustituyen mano de obra por sofisticados aparatos capaces no solo de hacer, sino de controlar procesos mediante la adecuada programación. Se pierden puestos de trabajo y se gana en productividad. Y eso tiene consecuencias a la larga muy negativas para el conjunto del sistema, aunque, en un primer momento, los beneficios de las empresas pudiera aumentar de manera clara.
Para la otra pata, otra imagen:
La especulación financiera, que proporciona beneficios sin que haya una producción concreta, sino por el mero movimiento (global, electrónico) del dinero, ha atraído hacia sí una parte importante de capital circulante, que tiende a concentrarse cada vez en menos manos.
La pérdida de carga global de trabajo desempeñado por personas, la salida del circuito económico "clásico" productivo de una parte importante del dinero, está produciendo desempleo, subempleo, incremento de la explotación y mayor desigualdad, entre otras consecuencias.
¿Es esta situación inamovible? ¿Existen alternativas? ¿La paradoja de que la derecha, que ha producido esta espiral crítica, aparezca ahora como la mejor opción para solucionar los problemas que ella misma ha creado es combatible?
Crisis anteriores desembocaron en conflictos bélicos generalizados. Hubo un primer momento de fuerte proteccionismo, de rebrote nacionalista y, a partir de ello, una escalada con los resultados ya sabidos. Y aunque no parezca que eso sea hoy posible, hay señales más que alarmantes que deben, más allá de un simple ponernos en guardia, obligarnos a tomar decisiones coordinadas entre todas aquellas y todos aquellos que ansiamos otro escenario para la humanidad.
Partiendo de un necesario (imprescindible) acuerdo por la sostenibilidad del planeta, tenemos suficientes recursos para eliminar las carencias elementales que hoy sufren miles de millones de personas, la tecnología, la productividad (insisto, necesariamente, calculadamente sostenible) inherente, permitiría una modificación del mapa laboral que requiriera una menor presencia en los sectores extractivos o productivos y, por contra, un incremento en todos los relacionados con los "servicios", en un concepto muy ampliado de los mismos.
Para que tal cosa sea posible, el flujo de renta debe necesariamente modificarse. Con acciones regulatorias internacionales, con medidas fiscales, con políticas justas. Ser capaces de eliminar carencias esenciales, lograr una mejora constante en los niveles de vida (por tanto de consumo y de servicios) de la población más humilde, modificar el hábito consumista y el egoísmo inherente a quienes habitan en los países más avanzados, hacer poco atractiva la especulación financiera, por poco rentable, por fuertemente fiscalizada, reforzar el papel de la iniciativa pública, o sea colectiva, contrarrestar la corriente disgregadora optando por el refuerzo y empoderamiento de las estructuras políticas internacionales... Tareas ímprobas todas ellas que pasan, necesariamente, por la consecución del poder político y la coordinación supranacional. De momento, no vamos por buen camino.