El Dr. Luis Miguel Romero Rodríguez, de la Universidad San Martín de Porres, de Venezuela, en el marco de una mesa redonda sobre "Sociedad civil Vs Sociedad económica" celebrada en La sede iberoamericana de La Rabida de la UNIA durante la celebración del curso "democracia y Participación", presentaba un esquema de la concentración de la propiedad de medios de comunicación en España extraordinariamente revelador. Con todo, me pareció aún más interesante su definición de la desinformación en la sociedad actual. En cierta forma casaba con una de las observaciones que yo mismo planteaba en el coloquio posterior a la conferencia del Dr. Juan Jesús Mora sobre Democracia Participativa. Apuntaba entonces como uno de los mayores peligros para el propio sistema democrático, entre otros, al modo de construcción de los valores sociales y personales. Tendría hoy que añadir que a la propia naturaleza, por tanto de esos valores.
El punto de encuentro entre los postulados del Dr. Romero Márquez y mi observación vengo a concretarlo en un concepto utilizado por él mismo durante el coloquio referido: la banalidad.
Apunto al que considero mayor problema de raíz en nuestra sociedad occidental. ¿En qué ocupamos nuestro pensamiento? ¿En qué ocupamos, pues, nuestra vida? Décadas de bombardeo audiovisual bien programado nos ha guiado hacia la sociedad del consumo. Asumida la máxima que liga felicidad (o simple satisfacción personal) con posesión (a veces ni tan siquiera es necesario el disfrute de lo poseído), se inicia una deriva hacia el egoísmo individualista que mata el ansia de justicia social (con frecuencia, no dejándola ni nacer).
Se supedita todo -para lo que nos interesa ahora, en especial la moralidad- al logro de la satisfacción o, incluso, a su perspectiva. No se cuestiona, en ese escenario, la forma. Interesa el resultado. Se explica así que, en época de bonanza, se respalde democráticamente, es decir por voluntad de una mayoría, a dirigentes públicos que están incursos en claros casos de corrupción delictiva. De hecho, solo se puede explicar así, por la anteposición de los intereses personales a los principios (aquellos de los que Groucho Marx afirmaba tener repuestos si no nos gustaban) que debieran regir una sociedad que se quiere democrática y, por ende, corresponsable por participativa.
Para adormilar cualquier atisbo de conciencia, para acallar cualquier insumisión de las ideas, para la tranquilidad colectiva, el pensamiento ha sido dirigido hacia la banalidad. De esta forma pueden morir personas en nuestro planeta, por hambre, por guerras, siempre por opresión, que esos acontecimientos, que debieran concentrar todo nuestro esfuerzo como sociedad, no serán nunca "trending topic", tendencia (o a lo peor, si, efímera como todas).
Lejos de solventar este problema la proliferación de voces, el incremento de puntos de comunicación, la cantidad de mensajes cruzados, lo que podríamos denominar "ruido" no ha venido sino a facilitar la manipulación. Y eso es así porque la masificación inabarcable del volumen de contenidos intercambiados lleva a la preeminencia de los destacados por los amos del canal. Y la capacidad de contrarrestar ese poder está hoy en una minoría (me arriesgaré) intelectual que, no obstante, parece poco dispuesta a salir de una cierta comodidad gremial para zarandear al mundo. Y se va haciendo más que necesario...