Legitimada, como está, la compañera Susana Díaz para presentarse ante el conjunto de la militancia del PSOE A como candidata a renovar aquello que fue, la cabeza de cartel en las elecciones autonómicas, el argumentario para considerar que no es la persona idónea camina por otros derroteros.
Siempre he defendido, y continuaré haciéndolo, que quien gobierna una institución por los resultados electorales, ejerce su mandato, y pierde ese gobierno debe entender que ha de dejar paso a una diferente alternativa. No has sido refrendado, no has sido refrendada, importan muy poco las razones, los motivos, las excusas. Si no hay refrendo, se deja paso. Y no ocurre nada. Nadie es imprescindible en una responsabilidad concreta. Y se puede ejercer la vocación de servicio público (porque de eso se trata, ¿no?) en cualquier otro lugar, dentro o fuera de la acción política institucional. Luego de perder la Junta, el principal objetivo de Susana Díaz debió haber sido, en la lógica que defiendo, promover la aparición de nuevos liderazgos, capaces de presentar alternativas novedosas, atractivas para el electorado, a la par que defensoras de los postulados del PSOE A. Obviamente, no ha sido el camino elegido. Repito, está en su derecho. Repito, creo que se equivoca.
Creo recordar que fue en un mitin de Zapatero en Dos Hermanas donde escuché por vez primera un discurso de Susana Díaz. ¡Qué fuerza!, ¡que ilusionante su mensaje! ¡Qué capacidad de convencer! Con el tiempo, asistí a muchos más actos donde ella intervino. En aquellos que podríamos denominar externos, la sensación de fuerza, la capacidad de convicción, se seguía manteniendo (sin el efecto inicial de la sorpresa). Su acceso al poder, no obstante, reveló algo que hoy es un fenómeno corriente en política, interiorizado en apariencia por la sociedad, que me sigue produciendo una enorme desazón: la incoherencia, cuando no la contradicción directa entre las palabras, el mensaje, y la acción concreta desde el poder. No seré yo quien niegue la posibilidad de que una coyuntura cambiante pueda obligar a modificar proyectos planteados, compromisos adquiridos. La política requiere de esa flexibilidad (en estos tiempos más evidente aún si cabe), así que la acepto. Con una sola condición: la explicación de las razones del cambio. No ha sido el caso.
Hay tres fechas que me resultan decisivas a la hora de reforzar mi convicción de que Susana Díaz no debe ser candidata a la Junta de Andalucía por el PSOE A. El 28 de septiembre de 2016, diecisiete miembros de la Ejecutiva Federal, cuyo Secretario General era Pedro Sánchez, dimiten, en un movimiento organizado para hacerle caer. El 1 de octubre de 2016, se celebra el famoso Comité Federal (que nos abochornó a muchos militantes) , en el transcurso del cual, Sánchez deja la Secretaría General y se constituye una gestora. Pasaré por alto los avatares de la abstención para hacer Presidente del Gobierno a Rajoy (recordemos que cayó como consecuencia de la corrupción de su Partido y, según se va aclarando cada vez más, de su mismo Gobierno) y la consecuente (adecuada palabra) dimisión como diputado del propio Pedro Sánchez, para llegar a la última fecha, la del 21 de mayo de 2017. En aquellas primarias, Ganó Sánchez, perdió Susana Díaz (por cierto, ahora afirma que su único interés es Andalucía). Fin de la partida, fin de impresión, hubiera correspondido dimisión de la Secretaría General del PSOE A y a otra cosa.
Defiendo el sistema de primarias. Al tiempo, creo que aún no hemos conseguido interiorizar el proceso sin considerarlo una especie de lucha fratricida. No debe ser el caso. Pueden exponerse argumentos, tras el dictamen de la militancia, todos seguiremos en el mismo barco y nos tocará remar hacia donde la mayoría ha decidido. Siempre habrá tiempo para plantearse saltar por la borda.
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