En entrevista que hoy publica el diario liberal "El País", el Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, defiende el liberalismo como sinónimo de democracia tal como la entendemos en el mundo occidental. Reniega de ideologías que llama "tribales", en referencia a su carácter grupal (tal como él lo entiende, como defensa de un grupo frente a otros). Por contra, afirma defender la libertad, el individualismo, el rechazo del colectivismo.
Reivindica, para mí en un ejercicio de eso que se ha dado en llamar "posverdad", la figura de Margaret Thacher y de Ronald Reagan, de quienes destaca su contribución a la cultura de la libertad.
El gran problema para los liberales, como se define Vargas Llosa, se parece bastante al que las religiones basadas en la creencia en un hacedor y juez supremo tienen con el mal. No son capaces de explicarlo, tal y como el liberalismo no puede hacerlo con la desigualdad.
La desigualdad contradice esa libertad (individualista) que el Liberalismo afirma defender como baluarte supremo. No puede existir libertad si no se dan las condiciones para elegir.
Para las élites intelectuales es fácil apuntarse a ese carro. En él viajan cómodos. Con una premisa esencial. Estoy aquí, porque me lo merezco, por un enorme esfuerzo personal sumado a mis cualidades básicas. El que no llega hasta aquí, no digamos la que no llega hasta aquí, es porque no se esfuerza suficiente, porque no pone de su parte.
El ser humano es gregario. No sobrevive solo. La construcción social es la que ha permitido los enormes avances logrados. Esa construcción es dialéctica y se fundamenta en la constante confrontación de intereses que, lejos de ser individuales, competen a colectivos diferenciados.
Con desigualdad no hay libertad. Esa idea paradigmática es obviada por el liberalismo. Para ello, proyecta una idealizada libertad individual sobre la que no parecen existir más condicionantes que el esfuerzo (también podríamos llamarlo ambición).
El error ha estado en plantear la opción por una u otra, como excluyentes. Es decir, promuevo la aparente libertad, ocultando que, en realidad, unos son más "libres" que otros. O bien tiendo a la igualdad que, en la práctica se ha traducido en la uniformidad bajo la opresión de unos pocos desiguales.
La respuesta que defiendo, el socialismo democrático, solventa esa falsa disyuntiva trabajando por un progreso hacia el equilibrio, haciendo personas más libres eliminando no las diferencias, que son enriquecedoras, sino las desigualdades, que condenan a la ausencia de libertad a una enorme cantidad de gente oprimida.