La catadura moral de una buena parte de este país es deplorable. Y no es que yo ponga en tela de juicio un principio elemental de la democracia cual es el respeto escrupuloso a la voluntad popular. Ocurre que tampoco admito que se coarte mi derecho, igualmente esencial, a la libre expresión crítica. Por eso afirmo que votar como se ha hecho por el Partido Popular, en una coyuntura en la que lo que define a esa formación es lo que es, significa una renuncia a principios éticos elementales. Por supuesto, una libre renuncia a esos principios, pero renuncia. Y eso es moralmente rechazable.
A quienes lo han hecho porque el PP y sus políticas les convienen, son favorables a sus intereses, los entiendo. Repruebo su egoísmo (porque además, esta gente sí sabe), pero puedo razonar sobre los motivos que, ante sí mismos y los de su clase, les justifica.
A quienes lo han hecho porque el PP y sus políticas representan mejor sus convicciones morales conservadoras y tradicionales (generalmente de extracción religiosa), también los entiendo. Al fin y al cabo, el fariseísmo es tan viejo como la propia religión.
Por supuesto, entiendo a los que, de una u otra forma, viven mejor con un gobierno del PP porque el sustento lo obtienen del propio partido. Esta gente salta en los balcones de la victoria.
Para poder entender, sin embargo, a los millones de personas que no estando en esos grupos contribuyen con su voto a que el Partido Popular recupere parte del apoyo perdido (justamente) el pasado 20 de diciembre, para eso sí requiero del análisis.
La pregunta clave es, ¿qué lleva, a quien ha perdido derechos y libertades, prestaciones del Estado del Bienestar, incluso la sensación de vivir en un país decente, a quién se ha empobrecido con la austeridad, a quien ha sido engañado por falsas promesas, a apoyar a la formación política autora de esos desmanes?
No hay, lógicamente una única respuesta, ni las que hay son tan sencillas. Expondré mi tesis en diversas entradas (haría esta excesivamente larga, de lo contrario). Dejo aquí, no obstante, una primera razón. La más reconocida, la más frecuentemente mencionada, el miedo. En tiempos procelosos, la gente indefensa tiene miedo. Y tiende a refugiarse en quienes creen más fuertes, más seguros. Se engañan, es claro, pero si lo saben, aplican una visión a corto plazo. Como imagen, podríamos decir que pensaban en refugios, pero en realidad estaban entrando en las cloacas.