sábado, 2 de mayo de 2015

ELOGIO DEL DISENSO

No hay opinador u opinadora que se precie que no haga un llamamiento al consenso, al acuerdo entre las formaciones políticas en cualquier tema, en especial en aquellos que gustan  llamar "de Estado". Es mayoritaria, por no decir prevalente, la idea de que en educación, por ejemplo, lo ideal sería un modelo consensuado, que permaneciera en el tiempo hasta poder comprobar su valía, proporcionando en cualquier caso un marco estable valorado per se como positivo. Esta misma afirmación podría plantearse de otras muchas cuestiones en las que "debieran ponerse de acuerdo" las diferentes opciones políticas, algo que, además, es "demandado por la ciudadanía".

En ocasiones, ese llamamiento al consenso (palabra puesta de moda en su día por Felipe González) parte de los propios representantes políticos. Veamos algún ejemplo:




En apariencia, pues, ese "consenso", ese acuerdo sería un buen (hay quien opina que el mejor, otros incluso creen que el único) mecanismo para nuestro avance como sociedad democrática. Lo cierto es que suena bien, le ocurre como a ciertas flores de plástico, muy logradas, quedan bien, pero ¡son falsas!.

En teoría, el consenso se construye mediante la aproximación de posturas, desde las inicialmente defendidas -en política, hay que entender que fundamentadas en los ideales- hasta aquellas que pueden ser aceptadas, asumidas, por la otra, por las otras partes, cuya posición de salida era diferente, cuando no contraria. Se produciría, de esta manera, una renuncia parcial a lo que se considera ideal para en aquello que se mantiene y que se supone puede ser compartido, alcanzar el "consenso" como un bien por encima de las convicciones propias de cada parte.

Para cada uno de los inicialmente oponentes, existe una renuncia obligada a lo que consideran el ideal. ¿Qué ocurre entonces si una de las partes lleva razón y su propuesta, su "ideal" es el justo, el adecuado, el mejor? Debe surgir aquí, en este momento, la cuestión clave. ¿Justo para quién o para quienes? ¿Mejor para quién o para quienes? Si entendemos, como yo la entiendo, la política como la confrontación (ojo, no necesariamente violenta) entre intereses de grupos (más o menos numerosos en cuanto al número de personas que integran cada uno), es verdad que no necesariamente homogéneos en su totalidad pero mayoritariamente compartidos, el consenso implica la renuncia a una parte de los intereses defendidos en pos de una solución pacífica a la dialéctica.

Sin entrar en cuánto tienen de artificio, exento de cualquier convicción profunda, sobre la bondad de alcanzar acuerdos (véase la segunda nota para apreciar contradicciones que señalan la hipocresía),  los discursos, pasemos a utilizar la educación como ejemplo de nuestro "elogio del disenso". 

Es más que evidente que en lo referido al sistema educativo existen posiciones muy diversas que van, simplificaré para encajar la reflexión en una entrada de blog, desde el concepto de educación como mecanismo esencial para mantener los privilegios y el status social, hasta aquel otro que la considera pieza esencial en la búsqueda de la justicia social. Alcanzar el "consenso" para diseñar un sistema relativamente estable, duradero, no sometido a cambios legislativos constantes en función de qué punto de vista ha resultado vencedor en cada comicio, supone, es innegable, renunciar a parte del carácter "clasista" que puede conllevar una fórmula, por un "bando", y a parte del poder igualitario que podría tener otra, por el contrario. Si ambas posiciones fuesen equidistantes de un concepto objetivo de lo justo -que existe, que es posible concretar desde la filosofía-, el acuerdo sería todo un logro. Pero no es así, no es así en absoluto, no hay equidistancia. Por eso, quien entiende estar cerca de ese "lo justo" que hemos señalado como existente, no puede renunciar a un fragmento de esa justicia para así lograr una parte de sus objetivos. Ello conllevaría la aceptación delo injusto. Por eso elogio el disenso, y busco, antes que nada, la plasmación de mis ideales, lo otro, lo otro es el mal menor. Esa es ya una discusión nueva. 




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