jueves, 28 de mayo de 2015

DE TODOS O DE NADIE, DIFERENCIA CRUCIAL

He tenido ocasión de escuchar diálogos de un tenor parecido a este:

- No tires esa basura ahí - afirma alguien reprendiendo a quien lanza una bolsa a la zona ajardinada de un parque (por ejemplo).
- Y eso, ¿por qué?, si esto no es de nadie- replica el incívico.

Sirva de ejemplo una conversación aparentemente banal, para, profundizando, descubrir un significado de fondo, determinante.

La diferencia entre el "es de todos", referido a lo público en general, frente al "no es de nadie" viene en esta tierra de lejos. Hay una cierta tradición cultural que nos lleva a un cuidado exquisito de los espacios propios, privados, frente a una dejadez, cuando no a un maltrato, de los colectivos. No es un tema menor.

Si hay un aliado de la desigualdad es la pérdida del sentido de lo común, de aquello que pertenece al grupo, en detrimento de una valoración excesiva de lo propio. Tengamos en cuenta, además, que ese concepto de posesión no deja de ser una convención, como todas, artificial que garantiza el valor de uso mediante el contrato social o la coerción. A medida que la diferencia del valor de la propiedad entre seres humanos se acrecienta, el factor coercitivo adquiere mayor peso frente al mero acuerdo plasmado en norma. Por contra, lo compartido, lo que "es de todos" ejerce una función de equilibrio, igualadora, que conviene resaltar. A mayor valor de lo común, menor desigualdad. 

Una parte esencial de ese "común" la constituye el conjunto de servicios públicos. Nacidos como concesión frente a la rebelión consecuente al punto de ruptura de la tensión interclasista, su crecimiento, extensión, consolidación y mejora constituye uno de los grandes logros de las políticas de izquierda.

La gran pregunta es si hoy es posible trabajar en el crecimiento y mejora constante de lo público frente a los depredadores financieros, que buscan el trasvase de todo aquello que pueda constituir negocio, es decir la obtención de ganancias propias a partir de la necesidad ajena, para la iniciativa privada. A bote pronto, concluimos que no es fácil. Tampoco imposible. Una cosa está clara, en determinar los modos para hacer esto posible nos va la propia pervivencia del concepto de izquierda y, con él, el de esperanza.

 

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