El futuro apocalíptico en el que los militantes de las organizaciones políticas y sindicales han desaparecido por una pandemia que afecta a la conciencia, a la participación, al debate, a la acción, transformando todo eso en un pasado muerto divisado desde un árido páramo, ya es presente. Ha llegado.
La dirigencia, favorecedora del contagio, no encuentra ahora discrepancias internas, más allá de algún refugiado en bunker propio que, de tanto en tanto, lanza un mensaje crítico para poder mantenerlo.
El resto es silencio. Ocurren cosas en el mundo. Muy graves. Que afectan a principios elementales de determinadas ideologías y debieran, en consecuencia, provocar reacción. Pero no, nada se mueve. A lo sumo, en el interior de los espacios blindados, que los hay, se perciben susurros fantasmales. Países que atacan de manera unilateral a otros países, cebándose además con las poblaciones civiles agredidas. Son actos criminales a los que asistimos en primera línea en nuestras pantallas. Tal vez con una bolsa de palomitas en la mano. Y allí donde se puede liderar la protesta, la lógica, necesaria, humana protesta solo se escuchan palabras que suenan manidas, insultantes para cualquier inteligencia superviviente. Es fácil en ese territorio decepcionante caer en la tentación de convertirse en eremita. Encerrarse en una burbuja personal y familiar, donde quepan, todo los más amistades íntimas, y practicar aquello que, sin romper nuestro pensamiento (guardado a manera de utopía en un cofre) nos produzca satisfacción aun con la penitencia del ostracismo.
Y hay que romper esa tela de araña tejida a nuestro alrededor. Reivindico de nuevo espacios de encuentros, de reflexión crítica, de propuestas, de activismo.
Hoy el Partido Socialista Obrero Español corre un riesgo cierto. No me preocupa por la organización. Me preocupa por la gente que puede perder una herramienta esencial para la lucha por los principios más elementales que el socialismo defiende, debe defender: la justicia social, la igualdad, la libertad, la democracia, el respeto (en muchos casos la recuperación de lo degradado) del medio ambiente..., también la honestidad coherente. Y es que al partido, esa organización de mujeres y hombres en cada aldea, en cada pueblo, en cada ciudad que defienden esas ideas compartidas se le ha inducido el coma. No existe. Hoy solo hablan los gobernantes, los que ocupan puestos institucionales... La militancia, otrora mantra para alcanzar el poder en la organización, permanece inerte.
Lo que ha ocurrido con dos secretarios de organización consecutivos, Ábalos y Cerdán (al tal Koldo lo percibo más bien como instrumento) debiera estar produciendo en todas las sedes, en todas las casas del pueblo, una conversación, un debate en busca de la manera de devolver al partido aquella condición de organización activa y ética que mencionábamos.
Lo menos que algunos dirán es que soy un resentido. No importa. Por suerte, existen los espejos y uno puede mirarse sin tener que desviar la vista. No conseguiré nada. Nada se va a mover. A estas alturas soy pesimista. Suerte que conozco La Historia Interminable. Por eso sé que basta un grano de luz para volver a conformar todo un universo. Ya lo dice uno de los mejores cuentos jamás escrito: Levántate y anda.
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