Los resultados de las elecciones de diciembre configuraban un panorama político extraordinariamente complejo, reflejo de una sociedad española cambiante. Las organizaciones políticas históricas perdían parte de sus apoyos en favor de otras nuevas, las llamadas emergentes. Para las primeras, adaptarse a este nuevo mapa resulta, por lógica, difícil. Las recién llegadas, por contra, encuentran sus dificultades más en la bisoñez que en la capacidad de adaptación.
Tras un primer intento de acuerdo, algunas cosas han quedado claras. Una, que de entre las organizaciones políticas maduras, el Partido Socialista es la que mejor ha leído los resultados y conseguido cambiar su inercia para actuar de manera coherente con el puzle actual (consulta inédita a las bases incluida). Dos, que de las bisoñas, Ciudadanos ha mostrado una mayor madurez (fruto, tal vez de su experiencia institucional, algo más longeva).
A nadie se le escapa que, la complejidad que hemos señalado tiene como consecuencia inmediata la necesidad de acuerdos transversales si no se quiere provocar una nueva consulta electoral (que, por cierto, todos dicen no desear).
Puede que tengamos que empezar por ahí, por explicar a los dirigentes políticos que el acuerdo entre diferentes conlleva, de manera ineludible, aportar y ceder. A partir de esta premisa tan elemental, algunas supuestas argumentaciones que se oyen estos días pierden toda consistencia. Negarse a un acuerdo porque no responde al cien por cien de las propias expectativas refleja, bien anquilosamiento absoluto (fruto de la rigidez conservadora), bien capricho infantil de quienes creen poder imponer su voluntad porque sí (recurriendo a pataletas y lloriqueo). Una tercera posibilidad es que lo que se desee es repetir consulta electoral.
Si se quieren nuevas elecciones porque se tienen esperanzas de obtener un resultado mejor, dígase. La ciudadanía tiene derecho a valorar, si de nuevo es convocada a comicios, el hecho de que el fracaso en concretar el mandato otorgado sea por decisión, por incapacidad, por imposibilidad pese a la voluntad contraria, o cualquier otra variante.
Eso, el posible resultado de unas hipotéticas nuevas elecciones, nadie puede conocerlo a priori. Vaticinarlo sí, siempre con el riesgo de equivocarse y con una consecuencia clara, esa sí, segura, cual sería la de cansar al electorado y profundizar en el descreimiento y, probablemente, en la abstención creciente. El fracaso, al no ser capaces de responder al mandato recibido, sería evidente.
Entretanto, este país continúa siendo gobernado de manera provisional (con un marco legal que ya no responde a la voluntad ciudadana) por un PP deslegitimado e incapaz.
Atentos pues, atentas pues, a los próximos movimientos. Hay por delante algo menos de dos meses para obedecer el mandato democrático. Observemos de manera responsable, exijamos, juzguemos, si llega el caso, decidamos. Que no nos aburran.
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