Yo sé que suena a afirmación partidista y que, en medio de la mediocridad intelectiva en que nos hallamos inmersos como colectividad, eso será recriminado. Ocurre que siempre he defendido y defenderé el contraste de ideas, desde el convencimiento de la diferencia abismal de bases ideológicas, por tanto de objetivos, que nos separan a quienes profesan un credo neoliberal o a quienes analizamos el mundo desde postulados socialistas.
Bien es verdad, tengo que aclarar, que parto de una base, núcleo de mi tesis, cimentada sobre la idea de que quienes defienden los privilegios de la minoría socialmente dominante no profesan en realidad ideología, sino que construyen, artificialmente, una imitación de pensamiento que justifique aquello que, a las claras, desde la desnudez cruda, no es más que eso, la perpetuación del sojuzgar.
Frente a ello, también la igualdad desnuda, cruda, pudiera parecer innecesariamente revestida de argumentación teórica, más allá de la contemplación, como mamíferos que somos, de la condición semejante con que llegamos al mundo exterior, ya fuera de la protección materna. Hete aquí, sin embargo, que somos seres sociales, que nos necesitamos. Ocurre que como esa necesidad mutua no ha devenido en un sistema de colaboración entre iguales, sino que, a pesar de la herramienta cultura, la especie sigue instalada en la competencia, originalmente evolutiva, el egoísmo -genético- funciona a sus anchas e impone sus mecanismos. No hemos domeñado del todo, desde la razón, desde la lógica, por tanto desde la ética, el prístino deseo de perpetuarnos frente al otro. Los beneficios que la naturaleza, que la vida en este planeta reserva para los vencedores se han multiplicado en nuestra especie, porque nuestra especie ha logrado avanzar más que ninguna en la capacidad de satisfacer las necesidades, de proporcionar, por tanto placer. Algo que confundimos muy a menudo con felicidad.
En la especie humana no es la fuerza bruta individual la que determina ya la posición en la escala de dominancia. La vertiente social ha generado modos de cooperación grupal que permiten la necesaria opresión para la diferenciación jerárquica por colectivos unidos por el interés común que hemos denominado clases sociales. Digamos que la sociedad humana continúa albergando mecanismos que la herramienta cultura ya nos habría permitido superar, porque nuestra condición racional posibilita modificar, y esa es una de sus características básicas, lo puramente evolutivo, genético, que como seres vivos comportamos.
En un ejercicio intelectual simple, llegamos enseguida al convencimiento de que somos esencialmente iguales, socialmente titulares de los mismos derechos. La explicación de porqué, a pesar de ello, vivimos de manera tan diferente, desde la miseria absoluta hasta el colapso que produce la sobreabundancia, y, a partir de la comprensión de las raíces del modelo, el ser capaces de producir un cambio igualitario, es la finalidad de la llamada izquierda como conjunto de ideologías.
Frente a ello, la perpetuación en el poder ha de recurrir, como método para lograrla, al engaño masivo. Son muchos más los pobres, los oprimidos, los esclavizados, los alienados, los aplastados, incluso los que habiendo alcanzado ciertas cotas de bienestar permanecen en una especie de limbo rutinario, que los dominantes, los privilegiados. Por eso estos últimos convienen en el engaño para frenar lo que, de otra forma, sería un movimiento imparable hacia la eliminación de esas abismales desigualdades. Los espejismos religiosos, los culturales, han construido toda una maraña doctrinal que actúa como una red inmovilizadora tejida con hilos de falsedad. Frente a ella, el individuo pasa la vida sin tomar conciencia de su posición, bien porque asuma que es una especie de orden natural de las cosas, bien porque ni siquiera llegue a plantearse tal cuestión, bien porque planteándosela, no alcance, obnubilado como está, a encontrar una salida. Para aquellos que, pese a todo, toman conciencia, los privilegiados han preparado otros mecanismos de control. Tarde o temprano hablaremos de ellos.