Esta de última eso de afirmar que nadie reparte carnés de socialista. Suelen decirlo aquellos y aquellas que, con una praxis liberal, mantienen de boquilla un discurso social. Les disgusta enormemente ser señalados. Lejos de otras capacidades, repiten la cantinela como si estuvieran utilizando un argumento aristotélico. El problema para quienes eso hacen es que, al final, es la práctica política la que te sitúa. Lo quieras o no, seas señalado o no.
Si vemos esa práctica política, sensu stricto, podemos afirmar con rotundidad, sin miedo a confundirnos que socialistas pocos, pocas. Señalaré para demostrarlo solo algunos síntomas suficientemente definitorios.
1) Un verdadero internacionalismo (pieza clave de la concepción socialista) no permitiría que la gente muriera por miles intentando huir de la miseria para alcanzar esta parte privilegiada del planeta, ni que murieran en origen victimas de hambrunas, de epidemias, de guerras. Un verdadero socialismo no pondría vallas con cuchillas afiladas (¿qué es eso de concertinas?) pensadas para herir a quienes intenten saltarla. Dejémonos llevar por la sinceridad. Nada de todo eso es socialista. ¿Y hacemos algo? ¡Ah, sí! ¡Muchas declaraciones altisonantes! Algunas de ellas en inglés: Wellcome refugees.
2) Un verdadero socialismo no consentiría proyectar como un éxito económico aquel escenario en que los parámetros del capitalismo financiero, de la derecha, son los que lo definen. Crecimiento macro económico, cifras de exportaciones, incremento del número de turistas que nos visitan año tras año de manera creciente (gracias, en parte, a factores conocidos), hasta desembocar en malabarismos con las cifras de paro que esconden, en realidad, el cambio de paradigma. Rotura de la igualdad, precariedad, bajada real de salarios. El éxito de un proyecto político socialista se mide justo en lo contrario, en la capacidad para igualar las condiciones de vida de la ciudadanía reduciendo brechas que hoy por hoy van haciéndose cada vez mayores, cada vez más vergonzantes.
3) Un verdadero socialismo combatiría la histórica afrenta hacia las mujeres con total determinación práctica. Lejos de hermosos discursos reproducidos una y otra vez, lejos de campañas publicitarias que muchas veces parecen hechas con otro fin. No permitiría en su seno la existencia de depredadores que usan el poder institucional como herramienta para forzar voluntades: in our house, too.
4) El socialismo auténtico no sacrificaría su ideología en pos del respaldo electoral sin más. ¡Claro que hay que ganar las elecciones! Pero cuando se ganan, se hace socialismo. No se olvida la ideología para concentrarse solo en cómo se gana otra vez. Ganar para cambiar, si. Hacerlo para perpetuarse en el poder es una aberración.
5) El socialismo de verdad no asiste, impávido, al descuelgue de la gente más castigada, la más pobre, la más desfavorecida. No deja dormir a la gente en la calle, ni pedir limosna. No hace de la caridad su forma de actuar. Convierte en una prioridad garantizar la dignidad a toda persona. El verdadero socialismo no consentiría asentamientos en condiciones infrahumanas, mirando para otro lado.
MEA CULPA (también, obviamente)