Con la especie humana, la naturaleza puso en juego una nueva herramienta de evolución. La lenta selección, los mecanismos de ensayo error, y tantas otras estrategias para el cambio, venían a ser complementadas con la cultura, esa capacidad de transmitir, de construir permanentemente, de cambiar. Cierto que es una herramienta imperfecta, capaz de producir avances y retrocesos. Pero lo novedoso, lo que tiene de diferente, es la relativa inmediatez en el cambio. Gracias a ella, la especie humana ha conseguido lo que ninguna otra; romper, sin que ello conlleve una transformación fisiológica, las limitaciones naturales. No tenemos alas, pero podemos desplazarnos de un punto a otro del planeta por el aire. No tenemos aletas, ni respiramos por branquias, pero podemos atravesar los mares, tanto por superficie, como bajo ella. Mientras el resto de seres vivos del planeta reproduce, con lentas modificaciones estrategias, modos, conductas, los humanos como seres culturales, o sea, como seres lingüísticos, incorporan los cambios a un conjunto que es algo más que una mera amalgama. La construcción cultural en lugar de una mera suma sobre lo existente, es una depuración constante, más semejante a un organismo vivo en permanente cambio.
Esa cultura -ese bagaje y esa capacidad- nos ha otorgado la posibilidad de modificar la manera en que los llamados comportamientos naturales se mantienen o cambian. En la mayoría de seres vivos, que no tienen un medio sofisticado de traslación de experiencias cual es el lenguaje, los avances individuales no se extienden al conjunto de la especie. En el ser humano sí, y no solo entre coetáneos, sino que, gracias a la expresión escrita del lenguaje, también entre generaciones diferentes, separadas por lapsos de tiempo que pueden llegar a milenios.
También el modo de organización, desde lo clánico, pasando por lo tribal y hasta formas complejas de estado, la sociedad se ha estructurado desde el núcleo primigenio, básico, hacia modelos de mayor interacción. Hasta ahora, esa evolución parecía responder a un patrón de ruptura de límites, hacia una dimensión cada vez mayor del grupo. No faltan quienes,a la luz de la facilidad de comunicación global actual, plantee que el territorio planeta habría de ser la unidad política adecuada.
Frente a esa dinámica colaborativa, que puede ayudar a extender el bienestar a zonas hoy depauperadas, dado que el primer escalón para la eliminación de las desigualdades es la conciencia de su existencia (y hoy, todo se ve), hay grupos que pretenden, desde una concepción egoísta, un repliegue. Escucho los intentos de explicar su postura (aunque me suenan siempre muy hipócritas), pero sinceramente no me entero. Igual si volviéramos a lo gutural.