Claro que estoy preocupado. Y en doble sentido además. Preocupado por la inutilidad de los dirigentes políticos teóricamente responsables del devenir del conflicto (hablemos claro) abierto entre la dirigencia de la Generalitat y la del Gobierno Central. Preocupado por las consecuencias, inmediatas y mediatas, de una declaración unilateral de independencia de Cataluña, hasta hace poco casi una quimera, hoy un riesgo real.
Rajoy y su equipo, Puigdemont y el suyo, incapaces de encontrar una salida razonable a un proceso que no puede acabar con la independencia real de Cataluña, pero que está abriendo una brecha dentro de la propia ciudadanía catalana, y otra entre buena parte de esa ciudadanía y la mayoría de la del resto de España, han ido enrocándose en sus respectivas posiciones y produciendo monólogos, más que paralelos, divergentes.
Sigo pensando que el germen de la situación actual está en el compartido interés inicial (en un momento histórico concreto) de las derechas nacionalistas (centralista una, centrífuga la otra) que representaban entonces el propio Rajoy y el que fuera President, Artur Mas, por proyectar una tensión que a ambos les proporcionaba réditos electorales en sus respectivos territorios necesarios. Eso queda ya lejos. El equilibrio hace tiempo que saltó por los aires.
¿Qué hacer en este momento? ¿Es posible reconducir esta trayectoria que parece llevar a la declaración anunciada y la consecuente represión por parte del aparato del Estado? Que no es fácil ya lo sabemos. Pero lo que nadie puede negar es que es necesario y, en verdad, la única salida real, factible. O hay acuerdo o lo hay porque Cataluña no va a ser independiente por esta vía ilegal y carente de toda legitimidad democrática, ni el Gobierno Central puede mantener una situación de tensión indefinida controlada con la acción judicial y policial. Por tanto, antes o después, el acuerdo se tiene que producir y los actores políticos (por más que mediocres), lo saben.
Ocurre, con todo, que armarse para ese ineludible horizonte de acuerdo, adquirir fuerza frente al otro para arrancar más y mejores conquistas, está sometiendo al conjunto de la sociedad, a la ciudadanía, a una tensión de tal magnitud que, más allá de la posibilidad de un incidente irreversible en cualquier momento, está generando una dificultad objetiva creciente para el acuerdo.
Alguien tiene que preguntar entonces cuál es el límite. ¿O es que hemos olvidado ya que estas dinámicas pueden conducir a un enfrentamiento armado? Nadie va a verbalizar siquiera que tal posibilidad exista, al tiempo parece que algunos estuvieran empeñados en llegar hasta esa orilla. ¡Basta! Ya hay suficientes elementos de presión en el tablero como para que acabe el gallear, por el bien de todas y de todos.