Siempre me llamó la atención que
la inmensa mayoría de quienes dicen gustar del fútbol (sirve también para otros
deportes y facetas de la vida), son seguidores acérrimos de un determinado
equipo (unos colores). Son forofos. Eso incluye la alabanza permanente de “los
nuestros” y la crítica absoluta hacia los demás. De paso, conlleva, la
incapacidad de valorar los méritos ajenos y, más allá, de disfrutar con ellos.
Nunca fue mi caso. Tampoco en política. Nadie espere de mi un seguidor incondicional,
de aquellos que solo ven la verdad en el liderazgo que les ilumina, en tanto
todo lo proveniente de fuera es rechazado por sistema, sin el más mínimo juicio
racional de base.
Por supuesto que soy socialista.
Y esa pertenencia es fruto de un convencimiento pensado, reflexionado, desde el
núcleo central de mi ética personal (forjada, no surgida). Considero, más que
creo, que el modelo de convivencia que la ideología socialista promulga es el
más justo para la humanidad. Con base en ello, lo defiendo. Tomo, como decía Gabriel Celaya,
partido hasta mancharme, pero no bando. ¿Qué no ven la diferencia?, intento
aclararla.
Quienes compartimos un objetivo
relativo a la conformación de la relación entre las personas y de estas con el
conjunto del planeta, podemos diferenciarnos en tácticas, incluso en
estrategias, para alcanzarlo, pero, para utilizar una imagen metafórica
clarificadora, estamos en el mismo barco. Hay otras naves, que llevan otros
rumbos, algunos antitéticos con relación al nuestro, otros solo divergentes.
Con estos últimos se puede colaborar en momentos determinados para superar
etapas concretas. A los otros solo cabe contrarrestarlos.
Así Pedro Sánchez, Patxi López y
Susana Díaz son dirigentes con los que comparto el objetivo final, lo que hemos
dado en denominar la esencia socialista. A partir de ahí, en las concreciones
sobre los distintos aspectos de la acción política, hay cosas que comparto más
con unos, con una, que con otros. Nadie espere de mí solo el agitador de una
bandera.
En estos días, a través de eso
que llamamos las redes sociales, me llegan mensajes de compañeros y compañeras
que han conformado plataformas o colectivos de apoyo a una de las opciones de
Secretaría General que hasta ahora se han anunciado. Con eslóganes y consignas
que ensalzan lo propio, en general de un modo excluyente. Respeto profundamente
esas actitudes; en absoluto las comparto. Y eso sí, reniego de la utilización
de seudomedios de comunicación, según convenga, reproduciendo titulares de
aparentes “noticias” que refuerzan una opción frente a otras. A ratos, ese
juego deviene patético por pobre.
Yo no soy “pedrista”, ni
“patxista”, ni “susanista”, ni ningún otro “ista” que pudiera aparecer.
Apoyaré cada aspecto concreto que me convenza. Tomaré, en su momento, después
de haber oído y pensado, la decisión que crea que mejor puede contribuir a que
nuestros objetivos con relación a las personas se puedan alcanzar de mejor y
más completa manera.
A fecha de hoy, y si alguien me
preguntara sobre cuál es mi opción, contestaría: creo que el proyecto que
representa Patxi López, globalmente considerado, podría ser el más adecuado
para la Secretaría General. Al tiempo, considero que Susana Díaz, por su
bagaje, por su fuerza, por la capacidad de transmitir aquella esencia del
socialismo, sería la mejor candidata a la presidencia del gobierno de España.
Alguien puede pensar que esa “cohabitación” resultaría compleja. Es posible.
Pero sería entre compañeros, entre compañeras. Y las posibles dificultades no
contrapesan las enormes ventajas que a esa opción le veo. A partir de aquí,
estoy abierto al debate, como siempre. Absténganse, no obstante, forofos y
forofas.