No es muy difícil imaginar que a la derecha clasista que representa en España el Partido Popular (con todas sus adherencias tardofranquistas), encargada de aplicar en nuestro país el recetario del poder financiero internacional (con sumo gusto, eso sí), no se le escapa que esa gestión, que implica un castigo severo a amplias capas de la ciudadanía y, como uno de sus resultados un intolerable aumento de la desigualdad social y económica, tendrá sus consecuencias electorales. Cierto que, como siempre, con el concurso además de medios de comunicación no ya afines, sino cómplices, una buena parte de nosotros, de la gente corriente, sucumbirá a sus mensajes, adopten éstos la tonalidad del canto de sirena o de llamada de alerta ante peligros diversos que hacen recomendable colocarse al amparo, vampírico indefectiblemente, del aparentemente fuerte. Con todo, habrá una clara disminución de apoyos y, en consecuencia, una más que previsible pérdida de la mayoría absoluta.
¿Qué hacer ante ese horizonte? ¿Cómo solventar el hecho de que será objetivamente difícil buscar alianzas con otras fuerzas políticas?
Dos cosas. La primera, ya señalada, incrementar todos los modos de distracción, atontamiento y alienación posibles con la inestimable cooperación de sus aliados clásicos (sí, esos que imagináis). La damos por puesta en marcha, ahora ya a todo trapo. La segunda, la que hoy nos ocupa, se ejecuta en el campo contrario. Promover la fragmentación del enemigo, y/o potenciarla una vez aparecida, es un recurso históricamente utilizado por efectivo.
No seré yo quien afirme que la propia derecha es autora del discurso, de los discursos. Tampoco que quienes los proclaman y se supone que actúan de acuerdo a ellos sean radicalmente hipócritas. Pero sí señalaré las contradicciones inherentes a los mismos y, en especial, a sus consecuencias caso de ser llevados a la práctica.
Ahora bien, ¿cómo promover o potenciar esa fragmentación buscada? Ante todo, promocionando a los disidentes emergentes, después colaborando en la distribución de su mensaje, más tarde otorgándoles credibilidad mediante la crítica pública feroz, ninguneando al tiempo las opciones a debilitar o jugando a flirtear con ellas para dar legitimidad a las primeras.
Ese proceso está ahora mismo en funcionamiento en nuestro país. Identificarlo con claridad es la primera condición para combatirlo.