Antes de leer esta entrada, hay que repasar la que publiqué en abril de 2014 en este mismo blog sobre el concepto de BANALIDAD. Si, a pesar de todo, se renuncia a ello, a modo de flash resumen, lanzaré dos ideas. La sociedad española actual, a fuerza de sufrir un desmantelamiento ético propiciado desde la mayoría de los medios de comunicación de masas, ha abandonado (generalizo) la reflexión y ha sustituido los mecanismos de conformación de ideas y convicciones por un modelo de permeabilidad, cuya característica esencial es la de una "fácil digestión", una superficialidad que impregna aunque no cale. De esta manera, el pensamiento crítico, machacado mediante programas basura, debates espectáculo, una política informativa especializada en destruir, se ha reducido a su mínima expresión.
Esta banalización, en la que la información se quiere solo en titulares, sin matices, sin necesidad de mucho análisis, se extiende como un virus y tiene un primer síntoma claro el atontamiento, la anestesia.
Lejos de intentar combatir semejante deriva hacia una superficialidad extraordinariamente peligrosa, las organizaciones encargadas de velar por los valores esenciales de cualquier sociedad que se quiera democrática (y por ello, solidaria, igualitaria -como búsqueda-, justa) se han sumado a esa descomposición y adaptado sus modelos de actuación y, sobre todo, de propaganda, a esa corriente electoralista, populista, demagoga, que pasa por determinar qué quiere oír la gente y decírselo, sin complejos aún cuando lo que estén haciendo (intencionadamente) sea lo contrario. El contrato electoral perdió valor absoluto y hoy es papel mojado. Lo prometido, lo comprometido, lo contratado por el voto, se olvida al día siguiente y se hace por dos motivos (que no razones). El primero es evidente. Lo prometido no forma parte del modelo que la formación en cuestión representa, es, desde el inicio, una engañifa. El segundo nace en el convencimiento de que tal incumplimiento será olvidado de inmediato y disuelto en el mar de estímulos que recibimos a diario y que ya no podemos computar con la suficiente profundidad.
¿Y Podemos? ¿Qué significa en todo esto? Desde mi punto de vista, el culmen por ahora de adaptación a la sociedad de la banalización lo representa este teórico movimiento social en trance de transformación, ahora mismo, en formación política al uso. ¿En qué baso mi afirmación? Contra la praxis misma de los dirigentes de ese "movimiento social", intentaré no fundamentarla en descalificaciones al uso, o sea en simples clichés cuya principal virtualidad deviene de la simple repetición. A la falsa verdad asumida por la reiteración sistemática, coral, planificada -una vieja estrategia- antepondremos el argumento (en la primera de sus acepciones RAE).
Podemos es una formación con un liderazgo muy concentrado y, al tiempo, muy poco democrático, con ribetes maoistas (recuérdese que la papeleta de voto de Podemos en las elecciones europeas incluía como "logo identificador" una foto del "líder"). No es casualidad que uno de los principales debates de su conferencia fundacional sea precisamente esa, la cuestión del liderazgo, en la que el impulsor de Podemos, el "líder", aboga por una dirección unipersonal (sin explicar cómo casa eso con una multiplicidad de voces de las que, en teoría y apariencia, salen las directrices de las que el "líder" es solo ejecutor).
No es baladí la cuestión del nacimiento y fortalecimiento de Podemos alrededor de la figura del "lider". Su catapulta han sido los debates televisivos en los que la superficialidad es la clave del éxito. Vence quién simplifica mejor, quien lanza el slogan (nunca el argumento) que con mayor facilidad se deposita sobre el pensamiento superficial colectivo. De hecho, el propio "líder", Pablo Iglesias, afirmó, con absoluta parsimonia, que el verdadero parlamento está en los platós televisivos. Rien, ne va plus.
Diagnóstico sí, tratamiento ya veremos. Cada vez que alguien pregunta por el tratamiento, desde Podemos repiten el diagnóstico. No dirán lo que van a hacer, porque no lo saben. Su éxito entre amplias capas de la sociedad se basa en aprovechar un más que justificado rechazo de las políticas desarrolladas también por el Partido Socialista. Porque el Socialismo ha hecho grandes cosas por este país, pero en los últimos tiempos ha cedido al poder financiero internacional (no discutiré hoy si había alternativa. Ahora es irrelevante) y ha padecido el desplome de credibilidad que ha acompañado a la llamada "crisis" (tampoco entraré hoy en si es un efecto buscado o colateral de la misma el descrédito de la política y sobre todo de la izquierda). La ciudadanía está justamente cabreada. El primero que ha llegado y ha dado voz a ese cabreo, sin generar ninguna controversia mediante propuestas, ya hemos visto cómo ha conseguido de inmediato un amplio respaldo social.
La mayor parte de su discurso está destinado a descalificar a los partidos políticos tradicionales y a quienes militan en ellos, no digamos a quienes tenemos responsabilidad institucional. Somos "la casta". Expresión que han conseguido (extraordinario éxito de marketing) instalar rápidamente en el pensamiento superficial colectivo y retrata, como indeseables, a cualquier responsable público del PP, del PSOE y de la parte "vendida" de IU, amén otras fuerzas menores.
Ausencia de propuestas reales más allá de generalizaciones para afrontar los retos del día a día. Algo que da mucho miedo, sí. No como quieren ellos porque temamos "perder el poder" (poder que ellos sí aspiran a conquistar, pero claro, ellos son los "puros" -¿de verdad no os suena a casta?-) sino porque tememos el efecto del desgobierno, la atomización social demoledora que puede suponer el intento de poner en marcha no medidas utópicas, medidas erróneas, medidas que podrían significar un retraso histórico para este país, más allá del que la derecha está produciendo.
La banalización en que estamos inmersos lleva a la aceptación de simplicidades. Recomiendo la revisión de una extraordinaria película, "Bienvenido, Mr. Chance", igual les ayuda a comprender por qué mecanismos banales se puede alcanzar el poder. Es una caricatura, pero tiene mayor carga argumental que muchas afirmaciones que hoy son asumidas como "grandes verdades", a fuer de ser simplemente obviedades