Hemos estado en campaña electoral. Aquí, en Aljaraque, desde el PSOE intentando hacer llegar a la ciudadanía un mensaje nítido sobre la importancia de estas elecciones y sus consecuencias. Solo dos ideas resalto. La primera referida a lo acontecido merced a la política de derechas basada en el mantra "AUSTERIDAD" (luego "tenemos que hacer reformas" o sea recortes). La segunda lo por venir, la necesidad de cambiar el paradigma y hacerlo desde la izquierda europea, hacia una política de estímulos económicos y una mayor unidad, más Europa.
Los comicios se han convertido, sin embargo, tanto en su campaña, en los mecanismos de determinación del voto y en la lectura de los resultados, en un proceso nacional más que europeo. Podía esperarse, aunque era deseable que no fuera así.
El reparto de votos ha producido consecuencias inmediatas. Es lógico. No ha sido el esperado, el previsto. Las claves fundamentales a estas alturas están ya muy trilladas. Descenso de los grandes partidos, atomización del voto, en especial el de la izquierda, surgimiento de una nueva formación política con importante apoyo, "Podemos"... No poca cosa.
A partir de estos resultados se ha desencadenado en el Partido Socialista toda una tormenta, traumática, pero espero que positiva. El descenso hasta niveles desconocidos del porcentaje de votos al PSOE ha dado lugar a una reacción inmediata cuyas consecuencias, durante el proceso abierto, deben ser buscadas desde la razón, la tranquilidad y la mesura, al tiempo que han de fundamentarse en el mensaje que las urnas y el estado de opinión generalizada en el país está enviando.
El PSOE cuenta con una importante baza a su favor. Tiene un armazón ideológico sólido, cuyos principios no solo no están en cuestión, sino que se encuentran en la base de la demanda social mayoritaria. Lo que no ha producido los resultados esperados ha sido la praxis. Y ello, por varios motivos. Los externos, los impuestos, que existen, no son objeto de este artículo. Requerirían de uno específico siquiera para su esbozo. Los internos, aquellos que devienen de las estrategias, las tácticas, las decisiones, los comportamientos y los mecanismos que permiten o generan todo ello, pueden (está en nuestras manos) y deben ser revisados, casi diría regenerados.
Ahora mismo se está produciendo todo un batiburrillo de ideas, opiniones, análisis, propuestas que requieren de una necesaria ordenación. Creo que está bien, que es positivo, que denota vida, que tal maremágnum de expresiones demuestra interés, preocupación por lo público, por los problemas de las gentes y la necesidad de buscar soluciones, Creo también que el debate esconde, como en todo asunto humano, su parte de intereses personales o de grupos concretos. Eso también forma parte de la normalidad. Hemos de aprender a distinguirlos, sopesarlos, tenerlos en cuenta...
¿Qué nos queda por delante? Varias cosas. La primera debe ser, incuestionablemente entiendo, más democracia interna como principal garantía de dos preceptos esenciales: que la práctica política devenga de la propuesta ideológica y, por ende, programática. Que esté producida desde un estricto marco ético. La segunda, un cambio en el orden de prioridades del fundamento de las decisiones, menos cortoplacismo, menos pretendido electoralismo, mayor coherencia. Podríamos seguir así enumerando una larga serie de necesarias acciones. Solo apuntaré una tercera, el imprescindible respeto de la verdad. Más transparencia, si, pero sobre todo respeto de la verdad. ¿Utopía? Es posible, pero más nos vale.
Una última cosa. La necesaria regeneración a que aludíamos ha de hacerse extensiva al conjunto de la sociedad española. Cuarenta años de dictadura malearon un país que en la transición cambió buena parte de la superficie, pero no resolvimos todos los problemas. De entre ellos, uno me preocupa de manera especial. La truncada cultura democrática fue sustituida por un corpus ajeno a lo honesto, a la honradez como motor íntimo de nuestro quehacer individual y, por ello, colectivo. Aún queda ahí también mucho trabajo.
Una última cosa. La necesaria regeneración a que aludíamos ha de hacerse extensiva al conjunto de la sociedad española. Cuarenta años de dictadura malearon un país que en la transición cambió buena parte de la superficie, pero no resolvimos todos los problemas. De entre ellos, uno me preocupa de manera especial. La truncada cultura democrática fue sustituida por un corpus ajeno a lo honesto, a la honradez como motor íntimo de nuestro quehacer individual y, por ello, colectivo. Aún queda ahí también mucho trabajo.