Elaborar un discurso, promover una iniciativa, o simplemente esbozar algunos manidos eslóganes en el sacrosanto nombre de la militancia del Partido Socialista Obrero Español. Nada nuevo. Nada que no sea utilizado por unos y por otros. Arrogarse la representación de la totalidad desde una posición de grupo es una constante en todas las formaciones políticas. Tampoco en esto, el PSOE es una excepción.
La dialéctica normal enfrenta a quienes controlan los mecanismos de poder (Ejecutivas, Comités) con aquellos que están fuera. Los primeros tienen la ventaja de poder colocar a sus componentes (sean estos dirigentes o seguidores) en cargos electos o designados, con lo que consiguen reforzar su posición de dominio. Es en los momentos en que esos cargos devienen insuficientes por la pérdida de apoyo electoral cuando la parte opositora tiene chance para invertir los papeles. Para ello, lejos de argumentar una posición propia, diferenciada y con programa y método, se recurre al "clamor" de la militancia. "Clamor" que, hasta ese momento (expresado en Congresos, Comités o procesos de primarias) aupaba a los empoderados. Recurrir a llamamientos a la unidad se convierte entonces (también por parte y parte) en una suerte teatralizada de panacea destinada a reverdecer los laureles perdidos.
De vez en cuando, algún despistado proveniente del desierto, sin capacidad real para cambiar esas dinámicas, grita "basta" y propone un proyecto, ilumina un camino a recorrer, las manos en las empuñaduras, pero sin desvainar; el ojo mirando de soslayo, pero sin perder la senda. El llamamiento está destinado a un aparente fracaso. Nadie parece seguirlo, el anacoreta vuelve a su cueva, tal vez con sensación de hartazgo. El fragor que pretendía evitar sigue resonando. Sucede que ciertos álguienes sí siguen su discurrir, hacen suyo el mensaje, intentan llevarlo a la práctica y consiguen ser gotas de agua en un mar de aceite, el cerco a su alrededor está limpio, allí pueden hacerse bien las cosas.
No es que sea suficiente. Lo ideal sería que los principios esenciales de la participación democrática se impusieran hasta sus últimas consecuencias. No deja de ser una utopía, pero qué es una utopía sino un imposible que nos indica hacia dónde ir.
La situación actual del PSOE, en el marco de un sistema democrático que hoy tiene una complejidad mayor que nunca, es difícil. Hay quienes quieren utilizar la inmediatez, sino de los tiempos, como excusa para el presentismo resultadista. Y, de paso, eliminar complejos, tediosos, lentos procesos de reflexión y participación (esencia de un partido político). Esa estrategia tiene consecuencias. Me permito señalar dos de ellas, desde mi punto de vista, relevantes. Una: a veces, se acierta y se toman medidas útiles, positivas para el conjunto de la población, pero no siempre. En cualquier caso, la realidad arroya y ya estamos en lo siguiente. Otra: la organización se diluye, pierde su sentido. No puede pervivir solo desde la nostalgia o el utilitarismo coyuntural.
La ecuación resolutoria es compleja, matemáticos no nos faltan. Tal vez sí, tiempo. Tiempo para el debate y la construcción (entonces) cooperativa. Y la verdad, no sé (también es verdad que no creo) si el modelo actual de partido sobrevivirá mucho tiempo sin quedar en el escaparate como aquellas marionetas desmadejadas, perdida su utilidad por falta de movimiento.
Eppur si muove...
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